La Barbarie

Blog de Acción Popular Nacionalista

11.30.2006

LA VUELTA DE OBLIGADO


“Pero lo que no puedo concebir es el que haya americanos que, por un espíritu indigno de partido, se unan al extranjero para humillar a su Patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempo de la dominación española. Una tal felonía, ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”.

General José de San Martín
(Carta al Brigadier General Juan Manuel de Rosas)



El imperialismo, de cualquier signo que sea, y utilizando el disfraz que le convenga según las circunstancias, siempre ha empleado dos armas importantes para lograr sus fines: los cipayos y la intervención armada directa. Cuando los cipayos no pueden dominar a los pueblos, entonces el imperialismo utiliza la diplomacia de las cañoneras, el Gran Garrote o, como en el caso de la Guerra de Malvinas, las fuerzas armadas del Atlántico Norte. Las guerras de Irak, Afganistán y el Líbano son ejemplos recientes. La política imperialista no conoce principios, sino intereses.
En 1845 el imperialismo anglo-francés se enfrentaba en este rincón de la América del Sur con gobernantes que no podían ser comprados. La férrea voluntad de Rosas y los caudillos federales eran un dique de contención contra las ambiciones europeas, que pretendían lo que siempre pretendieron, lo que siguen pretendiendo y en parte han logrado en nuestros días, gracias al cipayaje politiquero de la Argentina: la libre navegación de los ríos y la libertad de comercio (para ellos).
En 1845 esto no era posible. Las potencias imperialistas ya habían jugado la carta de los cipayos, y habían fracasado. La expedición del general Lavalle, transportada desde Montevideo por la escuadra francesa, había sido derrotada definitivamente en Quebracho Herrado, y su jefe muerto en circunstancias confusas en San Salvador de Jujuy, cuando procuraba pasar a Bolivia.
Quedaba la otra parte de la política: la intervención armada directa. Y a eso se aprestan.
Desde 1844 Rosas preparaba la defensa del Paraná. No era ingenuo como para pensar en batir militarmente a las dos potencias más poderosas de la tierra, pero, zorro viejo, entendía perfectamente cual era el punto débil de los anglofranceses: “Vienen a hacer negocio, a ganar plata. Entonces, si pierden plata, están derrotados”.
Así, fortifica la Vuelta de Obligado y el paso de La Ramada, el Tonelero y la Angostura del Quebracho. El paso de La Ramada fue fortificado en previsión de que la escuadra tomara por Pavón (que va desde el Ibicuy a San Nicolás) para evitar la Vuelta de Obligado. En los dos pasos se pusieron cadenas que cruzaban el río sostenidas por lanchones. La demás fortificaciones se limitaron a baterías y trincheras La principal fortificación estaba en la Vuelta de Obligado. Allí el río tiene unos 700 metros de ancho. El general Lucio Mansilla hace tender de costa a costa sobre 24 lanchones tres gruesas cadenas. En la rivera derecha, la sola defendida, monta cuatro baterías. En orden sobre la barranca la Restaurador Rosas al mando de Álvaro Alzogaray (gran patriota, no es culpable por sus descendientes) y la General Brown al mando de Eduardo Brown; a nivel del río la General Mansilla, al mando de Felipe Palacios; y más allá de las cadenas la batería Manuelita, dirigida por Juan Bautista Thorne.
Todo un pueblo se apresta a la pelea. Burgueses y orilleros porteños; gauchos bonaerenses; negros del Barrio del Tambor; paisanos entrerrianos y santafesinos, todos juntos para dar guerra al gringo invasor imperialista y a los criollos vendepatrias y cipayos.
El 18 de noviembre, Mansilla toma un bote y reconoce los buques enemigos en la oscuridad. El 20, a las 8,30 de la mañana, la escuadra comienza el avance. Mansilla arenga a la tropa: “¡ Allá los tenéis! Considerad el insulto que hacen a la soberanía de nuestra patria al navegar, sin más título que la fuerza, las aguas de un río que corre por el territorio de nuestro país. ¡Pero no lo conseguirán impunemente! ¡Tremola en el Paraná el pabellón azul y blanco y debemos morir todos antes de verlo bajar de donde flamea!”.
La fragata francesa San Martín (insignia) se prepara a cortar las cadenas, cuando el viento se calmó totalmente (¡Dios es argentino!). Debió anclar y quedó adelantada y aislada de los demás buques. Fue el blanco de las cuatro baterías: tuvo dos oficiales y cuarenta y cuatro hombres fuera de combate, dos cañones desmontados y la arboladura pronta a caer. Para colmo de males, una bala de cañón le corta la cadena del ancla y la fragata es arrastrada por la corriente, río abajo.
Es la una de la tarde y las cadenas no han sido cortadas todavía. Los defensores esperan el milagro de un triunfo, pero Mansilla sabe que la pólvora se acaba. Los vapores de la escuadra no consiguen acercarse a las cadenas, pero desde su posición acribillan a las baterías patriotas sin que éstas consigan alcanzarlos. El Fulton consigue acercarse a las cadenas y por dos veces intenta cortarlas. Una bala de cañón mata al maquinista principal y el vapor debe retirarse con su cañón desmontado y el casco y las máquinas dañados. El capitán Hope retoma la operación y consigue cortar las cadenas, cruza la línea y enfrenta la batería Manuelita, a la que acribilla a cañonazos. La situación es insostenible para los argentinos. A las 3 de la tarde apenas quedan municiones. Thorne, desde la destrozada Manuelita, ahorra los disparos, que hace personalmente para no gastar pólvora. A las 4,50 de la tarde solamente le quedan ocho tiros, pero los va a emplear bien. A las 5 hace su último disparo, al tiempo que una granada enemiga lo voltea. “No es nada”, dice al levantarse. Pero no es verdad: ha quedado inválido para siempre. Nunca más volverá a escuchar ningún sonido. Será para siempre “el sordo de Obligado”.
Ha llegado el momento del desembarco. A las 6 menos 10 lo hacen 325 infantes de marina británicos. Mansilla al frente de los Patricios, las Milicias de San Nicolás y el Batallón Norte carga a la bayoneta desafiando los tiros de la metralla de los buques que diezman la infantería argentina, que ha pesar de todo consigue arrollar a los ingleses y correrlos hasta los botes. Mansilla es herido por un casco de metralla y el coronel Crespo lo reemplaza. Desembarcan franceses para defender a los atacantes. Finalmente Crespo debe replegarse a las barrancas. Son las 8 de la noche. Obligado ha caído. La bandera nacional no fue rendida; fue destruida por el fuego.
La flota imperialista sigue su marcha, pero aún debe afrontar combates en el Tonelero y Acevedo y la artillería volante de Thorne. Tampoco resultó tan fácil el cruce de San Lorenzo, donde Mansilla tenía ocultos en la maleza ocho cañones manejados por buenos artilleros (Alzogaray y Maurice). Recién el 15 de enero de 1846 puede llegar la flota a Asunción. Perdieron plata. Rosas ha sacado bien las cuentas.
Obligado ha terminado, pero deja su enseñanza: siempre es posible defender la soberanía, aunque se esté físicamente en desventaja. Sólo es indispensable un profundo amor a la Patria, y la fuerza espiritual de no dejarse vencer por las contrariedades. Quien no tiene fuerza espiritual ya está vencido de antemano. Quien resiste, vence. Y se resiste “con la cabeza fría y el corazón ardiente”.
“El sable que me ha acompañado en la Guerra de la Independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de satisfacción, que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los Extranjeros que tratan de humillarla”.
Seguramente, ningún politiquero liberal o progre en los tiempos que corren, será acreedor a un honor semejante.
Por la época en que se desarrollaban los hechos motivo de esta crónica, ya los Estados Unidos habían lanzado su Doctrina Monroe. ¿Por qué no intervino entonces ante la agresión que sufría la república sudamericana por parte de dos potencias extracontinentales? Muy simple. 1) Porque entre bueyes no hay cornadas y 2) Porque estaban ocupados en robarle a Méjico el inmenso territorio de Texas (lo mismo sucedería en la Guerra de Malvinas, a pesar del TIAR, Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca).
El imperialismo no cambia. Los patriotas tampoco deben cambiar.

Rubén Tamborindeguy
Bs. Bs.As., 20 de Noviembre de 2006.-